
“¿Saben los muertos qué hora es?”
(Kenneth Patchen)
1.- Humo
“He aquí que he llegado al otoño de las ideas,
y que es preciso emplear la pala y los rastrillos
para acomodar de nuevo las tierras inundadas
donde el agua horada hoyos grandes como tumbas”
(Charles Baudelaire, Las flores del mal)
Humo menor
Y ves los túmulos de hojas secas
a metros de esos chicos de guardapolvo
que se hamacan en la plaza.
Es un mediodía cualquiera, y los juegos
ocurren entre risas, abrigos, vendedores.
Del amarillo al gris las hojas
se vuelven humo en delgadas columnas.
Del gris al azul el humo
sube a la nube, se arruga y
desaparece.
No estuviste acá, en el lugar
donde no está lo que antes
parecía, y tampoco
el que creyó mirarlo y ahora
se pierde entre el humo que fuga
hacia el vacío.
Vueltas
El chico da vueltas
en torno del árbol. Tiene algo
en la mano y da vueltas.
Gira y descubre
un árbol distinto cada vez.
“Es otro”, dice, “me lo cambiaron”,
y repite su giro bajo el gris
que debilita su sombra.
Tiene algo en la mano. Es
invierno, mes de julio, frío. Es
un chico que da vueltas.
El hermano
Lo toma del hombro, pasea
entre ruinas de tranvías,
un cuadrilátero de vagones
en cuyo centro
hay un partido de fútbol.
Por la ventana de un coche muerto
miran correr la pelota.
Volverán embarrados
porque llovió. Todavía
está nublado y hay olor a ligustrinas
y a charco lleno de perros.
Pedazos de algo
Alguien ató pedazos de algo
en los extremos de un hilo.
Hizo boleadoras y las tiró
para que cuelguen
del cable de la luz, allí
donde acaba de posarse
un manojo de plumas.
Parque Saavedra
Un perro degollado a mitad del lago.
Pasto crecido.
Bicicletas.
Gruta
El huevo de cemento deforma el corazón del Bosque
y protege por dentro, con su gotear de baño público,
el camino del visitante a su atalaya secreta.
El refugio del chico para mirar
el lago, los botes, las palmeras,
los edificios más altos que cortan
la fuga del sol en el oeste.
2.- El viento oscuro
“Pues la belleza
no es sino el comienzo de lo terrible,
que apenas soportamos”
(Rainer María Rilke, Elegías de Duino)
Cuando llega la muerta
Cuando llega la muerta
el aire es una venda que me tapa la boca.
Todo se vuelve morado, el mínimo ruido
repite su señal y se fija en el centro: más fría
es la pared que toco, más floja
es la sangre.
"Azafrán, un kilo de harina,
almidón Colman, y no te olvides
del dulce de membrillo", dice, con su voz
de encierro. Cuando llega
corro en busca de un crimen
que justifique esta condena.
Cuando llega la muerta el viento
trae hacia mí a todos los suicidas, y soy
un hijo del cero, la mitad de un labio,
la pregunta.
El temporal levantó los techos
El temporal levantó los techos,
cambió los ruidos de lugar,
barajó caras, pasos, nadie
levantó la mano. Pronto llegará el frío,
más vale reunir hojas para el fuego
antes de acariciar los bloques húmedos
o dibujar una cara en la arena de la plaza.
A la hora del fastidio y los despertadores
la noche guardará su música para el cuadro siguiente.
Nada más que el agua bajo los pies que me llevan
a ninguna parte.
En sus relojes hay nombres
En sus relojes hay nombres
y no números. Marcos, Leticia,
Guillermo, Dora, Horacio, Nicolás,
Omar y sigue la ronda. Ellos no usan
palabras ni mediciones temporales.
Más bien marcan del espacio el límite
y un buen día, en sueños, pueden saludar
del otro lado del vidrio.
Si cierra los ojos
Si cierra los ojos ahora mismo
los chicos quedarán a oscuras.
Nadie más hablará de guitarras.
No más ventana de los naranjos.
Un plato de menos en la mesa.
La resaca del sol se traga otro fantasma
si ahora mismo cierra los ojos.
Todavía
Todavía está por responder una pregunta
hecha dos décadas atrás, que lo dejó
paralizado.
Con un poco de suerte, en quince años más
podrá explicar lo que le ocurre
esta misma noche.
Ahora miren la glorieta
Ahora miren la glorieta
enferma. En cada azulejo
brilla el nombre de los caídos
en combate por la salud.
Todas las mañanas
viene un jubilado a pasarles el trapo.
Ella
Ella se acerca al rosal,
recorta con cuidado algunas hojas.
Luego va hacia el limonero en el centro del patio
y vuelve a entrar a la casa.
El pelo muy negro, las piernas muy flacas.
Algo la muerde hace tiempo.
A veces, cuando está sola,
mira el rosal por la ventana.
Cuando es una mancha
Cuando es una mancha
en las avenidas
y se vuelve un tipo
peligroso. Cuando vuela
en espiral para caer
en las terrazas
o toma el rumbo del río
y dispara
los ojos a las olas.
Cuando el invierno
cobra su despedida
en monedas y minutos
y no hay
refugio que valga.
Cuando revienta
en el asfalto
ahorcado en su bufanda.
Es feriado,
las grúas no se mueven
y es el único que debe morir.
El sueño
El hombre que se sueña
en un coche en medio de la ruta,
advierte que ya no hay combustible
y se esfumaron el volante
y las puertas. No hay más salida
que despertar una y otra vez para huir
de ese auto sin nafta,
sin puertas ni volante.
Las escenas que van quedando atrás
bordean rosales y limoneros de los que cuelgan
algunas cartas y fotos que muestran
varios juegos de muebles,
un domingo de sol,
y autos usados de marcas diversas.
Hoja por hoja
Hoja por hoja masticaste
el mapa que ahora no ves
porque anida en tus tripas.
No hay entonces lugar posible
desde ese mirador intrauterino
donde se acomoda tu ojo solipsista.
No preguntes entonces por la peste,
ella es la pasajera invisible
de un envase que no huele bien.
Hablabas de aquel alemán loco
Hablabas de aquel alemán loco
que vivía en medio del campo
en un rancho a medio destruir,
en la soledad más completa y comía
pan frito. Decías que comía
pan frito. No decías
lo que nunca te contaron
de aquel alemán loco.
Ahora se sabe que el abuelo tenía
Ahora se sabe que el abuelo tenía
miedo a la peste, y por eso
se mató a los 24.
Ni tiempo tuvo de engendrar,
dejó a su pobre novia colgada
de una larga meditación.
Qué joven era el abuelo, qué extraña
enfermedad la suya,
una caja de Pandora al revés:
todos los males del mundo fueron melodías
en un solo tiro que interrumpió
varias partidas de billar.
3. Fuera de tiempo
(“Baby, you are out of time” )
(Jagger-Richards, Out of time)
Sobre el tiempo que se pierde en buscar el tiempo perdido
Los discos de vinilo decían
“33 ½ r.p.m” aunque las bandejas
andaban siempre un poco más lento
o un poco más rápido. De modo tal
que la música nunca fue
lo que nuestro oído creía percibir. Y así
de las miles de veces que escuchamos
“A day in the life”, “Las cuatro estaciones”,
“Lady Jane”, “Los mareados” o
“Visions of Johanna” resultan
largas horas robadas por el tocadiscos
a la pieza original, o en su defecto
versiones prolongadas que agregaban
minutos a la música, voces más gruesas,
bajos más bajos, largos pasillos entre notas.
Acaso la única opción a mano para que vuelva
la música perdida sea girar el disco en sentido inverso
lo que permitirá escuchar,
encriptada y secreta,
la vieja canción del pelotudo.
Dice Berger
El tiempo no es
un flujo continuo sino
una secuencia irre-
gular de compases. Oír
con aten-
ción al silencio
tiene, entre un compás y otro,
un efecto
adelgazante y por eso
casi todos los bateristas son flacos.
Compases de una
moneda, voces, ale-
teos, frena-
das, lo que sea
que suene. Y no la esfera
que simula el fluir continuado
mientras el tiempo escapa
entre objetos y elude
cuerpos consumidos, flacos,
a mitad de camino
por el deseo de
captar lo que el silencio
parece no
decir.
Y sin saber qué hacer
Y sin saber qué hacer
con la pregunta que oscurece
tu cuerpo. Sos
(el pasajero de) tu esqueleto. Pulso
presentido entre el calambre
y el deseo, la señal
se interrumpe. Nadie
resguarda su nada tras
de nada. ¿Un pensamiento
llevado por la suma
de huesos? ¿Un aire
inhabitable? Vas
por la calle con la sospecha
de que nadie te ve.
Pero la brisa
te resuelve. La brisa
y no su imagen.
Aquello que no ves
viaja igual por la carne.
Quién pudiera lograr una velocidad
Quién pudiera lograr una velocidad
negativa, o sea mayor al infinito.
Llegar a la esquina antes de partir
hacia la esquina. Que oigan lo aún
no dicho, ante la chance de quedar
sin voz. Esta cuestión de espacio
vacunará cualquier idea sobre el
tiempo, ya que por ahora
nada supera a Bertoldo El Feo
–Bélgica, siglo XII, jorobado,
lleno de bocios – que al responder
sobre la cosa más veloz dijo
“el pensamiento”. Más que la luz
aunque el cuerpo recomiende
calma, y no perder de vista
las luces lentas, lo espeso
del aire oscuro que anticipa lluvia.
Pero en caso de que escuchen
lo que todavía no dijiste, y den
por consumados los actos no ocurridos,
sería posible que un día te consideren
muerto y se limiten a esperar
que no llegues tarde a tu entierro.
No sea cosa que el tiempo y los relojes
cuenten versiones distintas.
Pero los bateristas
Pero los bateristas
también quedan sordos,
como los artilleros. Quedan
sordos, además de adelgazar
por atender al silencio.
Y no terminan de saber
si oyen el silencio entre las cosas
o no escuchan nada
porque están sordos, y al oír el suyo propio
creen percibir al que se esconde en cada secuencia
irregular de sonidos. Toman su tiempo
por el tiempo de todos
hasta que su música termina
y nadie pregunta qué hora es.
Ese ciudadano se parece
Ese ciudadano se parece
a cualquier otro. Fue perdiendo
el pelo en término, tiene
la tos reglamentaria y camina
con la dificultad que aportan los años.
Mantuvo cierto estilo bajo los hábitos,
un color anónimo en la ropa
y el ademán protocolar que ahora
se inhibe frente a los ojos
crispados al mirarlo, tanto como él
solía crisparse en otros tiempos
frente a los indefensos.
Había que verlo entonces
bramar su cólera divina
en el reparto de castigos.
Ahora, sin los metales y altavoces
que lo hicieron temible,
y sin las cruces que lo inmunizaban
puede verse al mismo
al que podríamos haber visto
con sólo un poco de repulsión.
Poema con pasajero
Nicholson camina 200 metros
por la arena del Sahara
desde la camioneta hasta una casa.
200 metros camina Nicholson para llegar
desde la camioneta hasta la casa en el Sahara.
Nicholson no se apura por llegar a la casa
que lo espera a 200 metros
de la camioneta en el Sahara.
Jack tarda en caminar los 200 metros en la arena ardiente
lo que demoraría cualquiera
en recorrer el mismo trecho.
Es inútil quejarse o desear que apure el paso.
Nicholson tarda lo que tarda cualquiera
en caminar 200 metros por el Sahara
de su camioneta a la casa donde lo aguarda
un cadáver a su medida.
4.-Algunas pestes y varios homenajes
Un leve temblor en el parque
Un leve temblor
en Parkinson Park.
El diario cae
de las manos
en Parkinson Park.
Diez minutos para cubrir
veinte metros
en Parkinson Park.
Un prodigio
de la mente: mover
un mundo tembloroso
en Parkinson Park.
Korsakov Avenue
A medida que caminaba
iba olvidando el lugar de cada paso previo
y al volver para fijarme olvidaba
hacia dónde me dirigía.
Y el tiempo pasó
y me convertí en olvido de pies a cabeza.
De hecho, no soy yo el que relata esto, sino otro,
a quien algo le contaron, porque
no recuerdo nada, ni siquiera el nombre
de mi biógrafo de circunstancia
que tal vez esté mintiendo porque repite
lo que le dicen gentes que no conozco
y dudo haber visto alguna vez.
Los enfermos
Los vasos comunicantes del silencio,
los roces oscuros, las alertas que anticipan
la injuria y lo que ésta provoca:
el despertar de agravios viejos
y antiguas ofensas.
De este modo el dolor
--ese coleóptero--se escupe a sí mismo fuera
del cuerpo que ignora la palabra exacta
que debe decirlo.
Domingo a la mañana
( in memoriam J.O.G.)
Cada mañana de domingo
los gritos del idiota retumban
en todo el edificio. En realidad no se sabe
si los alaridos pertenecen al idiota,
a un perro atado,
o un burro secreto. Pero el caso
es que los gritos se apoderan del espacio auditivo
y se mezclan con restos de alcohol, disgustos,
reproches y aspirinas. Despeinado y sucio,
con bilis en la boca te asomás
a la ventana con el solo objeto de buscar
los gritos del idiota en algún lugar preciso
escaleras abajo.
Nada se confirma, no hay ningún bobo, ningún
perro dolorido o mamut alucinado, y volvés
a la cama con esos mismos gritos
que insisten en morder los dedos de tus pies
liman tus dientes y cantan
en algún rincón de tu cabeza.
Un epitafio para Pinchevsky
No puede parar de tocar
cada hilacha que cuelga
del cielo, ni de tejer
su sombra sin palabras,
ese modo de enlazar túneles azules,
una manera de dejar desarmado
al acorde del destino llamando a la puerta,
según enseñó el sordo Beethoven.
Y así es como van pasando los años,
entre saldos y retazos que resbalan
por la huella de una bicicleta
sobre el asfalto donde la sangre del violín
oscurece las ramas caídas de los paraísos.
5.- Una radio bajo el agua
Una radio bajo el agua
dice un relato. Una radio
bajo el agua en Old Trafford.
Junto a ella descansan
un pantalón, restos de muñecos,
una bicicleta, una pelota, un cartón
con la foto de cuatro hombres
cruzando una calle.
Uno de ellos va descalzo.
Bajo el agua un espejo
devuelve todo el sueño.
La radio suspende el relato,
una voz llama a refugiarse.
Van saliendo burbujas
de una estufa a kerosene, exhala
un olor a eucaliptus.
Pero ¿no es una tarde de verano
y un auto atraviesa un temporal
en el sur de alguna parte? El padre
maneja y escucha la pelea
de Acavallo contra un japonés.
La madre mira fijo la ruta,
el hijo más grande se sueña
despierto en historietas,
el más chico duerme.
Ahora alguien huye
en la bicicleta, pedalea
contra el viento hacia el río.
Aquel cartón se parte en cuatro pedazos.
A uno lo acribillan, a otro lo apuñalan,
un tercero se mete en un cine,
sólo el cuarto dice
lo que fue y lo que queda
junto a los árboles del fondo.
El agua se oscurece con la figura
blanca del pelo negro que clava
un cabezazo al fondo de la red.
Todo se revuelve. Cruce de cartas.
Alguien dice: “El año que viene, por ahí”.
Le contestan. “Mamá está cada vez más loca”.
Otro mira y no dice nada, porque nunca
nada, pero recuerda que una vez
mandó una carta a un prestigioso matutino.
Escuchen cómo habla esa radio muerta.
Hace bailar al cadáver del muñeco,
hace picar la pelota sobre las hormigas.
Habla porque está muerta,
por eso lo que dice
raspa y mueve.
Tan animal como el caballo del lechero.
O el que estaba detrás del alambrado,
con los tranvías que callaban, y todavía
no había monoblocks. La bestia
mascaba pasto frente a un chico
detrás del alambre. O tal vez
como el caballo del cuadro
de la casa parroquial. Ese que iba
sobre el mar y se lanzaba
sobre una mano gigante que interrumpía
la tormenta. O el que estaba echado
en un cuarto secreto entrando por detrás
de la catedral. Pero eso no podrá saberse,
no hay testigos,
ya se fueron y cerraron todo con llave.
Llegaron por la ventana esa noche,
era verano y no podías dormir.
Te sacaron del cuarto para llevarte
de paseo en su máquina voladora.
Desde allí miraste la ciudad, sus luces,
con el rumor de voces de otra parte.
Luego del paseo te devolvieron a la cama.
Cuando se fueron, tus ojos seguían abiertos.
Después te rendiste, con la sospecha
de que algo hubo, algo como un soplo,
casi como nada. No fue posible
olvidar ese vuelo nocturno
sobre la ciudad dormida.
Un pájaro pega en el palo.
En las avenidas, bajo los árboles,
en los caminos de cintura,
quieren saber qué pasa con el cruce
de un pájaro y un palo,
qué fue del pájaro después del palo,
qué quedó del vuelo, dónde
cayó lo que volaba, qué marca en el palo
dejó aquello que venía y sacudió el aire,
quién puso ahí ese palo, cómo fue,
de dónde vino lo que se estrelló.
Nadie vio nada, nunca se sabe
qué música suena
en el cuerpo de un pájaro
que pega en el palo.
En el camino a la ciudad
no hay más que murmullos
tallados desde aquella vez que fueron
rugido y gritería, victoria,
tráfico atascado bajo las arboledas.
En el agua se apaga el relato,
encanece la voz,
los muñecos se mueren
una piedra abre el charco en miles de círculos.
En menos de un minuto se evapora
y un zapato aparece en medio del barro.
Pero otra vez el cielo echa sombra.
Otra vez comienza a llover
sobre el estadio vacío.
La cabellera verde toca el agua,
sus puntas mojadas son tenaces ante el viento
que peina y despeina.
El agitarse del pelo, el cuello frágil que detiene
toda mirada, todo movimiento
en la siesta. La espera
es una cabellera verde
que toca el agua. El viento sigue
y la vigilia es la única que canta
lo que silba el deseo.
6.-Ultimas noticias
“Serás un mausoleo a las víctimas de la peste o un equilibrio pasajero entre dos trenes que chocan”
(César Moro, La tortuga ecuestre)
Muñecos
Los chicos armaron los muñecos,
hicieron surgir volumen y color.
Los testigos fueron pajarracos
y perros callejeros que vieron dibujarse
rostros del imperio, estrellas fugaces
o superhéroes en cada monigote
con el vientre lleno de petardos.
Cada rincón de la ciudad
se fue poblando de muñecos gordos y deformes
cuya existencia breve fue costeada por el vecindario.
Una hora después de medianoche, ya en el nuevo año,
los mazacotes reventarán ante una multitud
que sorberá el humo y verá el reparto de bengalas
luego de la explosión del pecho enorme y asmático.
El fuego tragará la bodega del muñeco y
cada minuto de su génesis.
El postre será la ropa sucia, envuelta en
tapices de araña y cuentas vencidas.
Comprueba que hay algo peor
Comprueba que hay algo peor
que el humo donde reverberan
esas calles.
El árbol camina alrededor del chico.
Los muertos le sonríen por la ventana.
Las hojas crujen en la plaza.
La tarde no termina nunca de pasar.
El sol es una máquina odiosa.
Una voz le dice algo
que prefiere no repetir.
Cada vez falta menos
Cada vez falta menos para
que anochezca entre bocinazos.
Para que acabe la canción y
se prenda la TV. Cada vez
falta menos, menos para el
camión de la basura.
Cada vez el sol y la basura
dorada. Pájaros blancos
en los que pega el sol de la
autopista. Cada vez falta
menos para verte allí. Falta
menos cavidad para que el hoyo
se agrande. Falta menos pero
faltan libretas para decir
lo que falta borrar. Falta
un nombre, dos, tres, montones
de nombres en la lista. Falta
menos para que oscurezca.
Menos en dar la vuelta
sobre la cabeza. Menos falta
para el tallo que nadie. Falta
cada vez menos, más,
menos que nadie, minutos,
cada vez, nada, un poco
menos, casi, cada vez falta
lo que falta, menos que menos.
(a mis padres, in memoriam)
Elegías fue publicado por Ediciones Al Margen (La Plata). Tuvo su primera edición en mayo del 2008, y una segunda en noviembre del 2009. La ilustración de tapa fue realizada por María Violeta Fiebelkorn.